lunes, 19 de septiembre de 2011

A TRAVÉS DEL TIEMPO: ¡ROCKDRIGO GONZÁLES CON LA RAZA CHIDA!


Rodrigo González no sólo evoluciona
en Rockdrigo, sino que comienza a
perfilarse como vocero de un
lenguaje urbano hasta entonces no
escrito, de un dialecto social que
surge en la colisión de dos décadas.



Rodrigo González capta y expresa la
experiencia defeña como un observador
a quien le impresionan las características
de la ciudad que son naturales y
normales para quien nace, crece y está
habituado a ella.





ASÍ FUE LA VIDA DE ROCKDRIGO GONZÁLES


 
Una muerte prematura y trágica ocurrida el  momento ascendente de su carrera convirtió a un músico y  compositor mexicano en una leyenda del rock urbano en México.

Gracias a esa leyenda, la obra musical de Rodrigo González, también conocido en el ambiente como Rockdrigo, ha llegado a alcanzar una  fama que supera en mucho la relativa popularidad que tuvo en vida.

Y aunque su vida terminó súbitamente bajo los escombros de un  edificio derrumbado por el terremoto que sacudió la Ciudad de México en 1985, su obra sobrevivió para instituir un legado no  solamente musical sino de relevancia sociocultural, y para dar  surgimiento a esa leyenda que sustenta hoy su música y su manera  de ver la vida.

Rodrigo González (1950-1985) siguió el mismo patrón migratorio de  miles de individuos que buscan mejores oportunidades en la gran  ciudad, al emigrar desde su natal Tamaulipas al Distrito Federal.  Confiado quizás en su propio talento y en el potencial de su visión  musical, se aventuró a probar suerte en un contexto cultural más  amplio, adverso y competitivo que el de su ciudad, Tampico.

Antes de dejar el terruño del puerto y viajar a la ciudad, Rodrigo ya  había intuido en los acordes rudimentarios de su guitarra y el lirismo  de sus incipientes letras la fuerza latente de su genio musical. Pero a su enfoque provincial aún le esperaba el choque cultural del Distrito  Federal que cual vasto mar ahoga los anhelos de miles de  provincianos.

Sorprendentemente, Rodrigo González no sólo aprendería casi  innatamente a navegar sobre los retos que le presentaría la ciudad,  sino que valiéndose de su intuición de músico nato llegaría a  absorber y asimilar la idiosincrasia de la capital, a interpretarla en su  propio idioma poético y, mediante su cosmovisión, saber reconocer y  evaluar la época y la cultura en que se desarrolló como compositor y  músico.

A partir de esa cosmovisión instintiva, Rodrigo no sólo evoluciona en Rockdrigo, sino que comienza a perfilarse como vocero de un  lenguaje urbano hasta entonces no escrito, de un dialecto social que  surge en la colisión de dos décadas, los setentas y ochentas.  Rodrigo se abre paso con su guitarra a través de la espesa “selva  cotidiana”, y al hacerlo abre también un conducto para miles de  jóvenes, ya sean provincianos o citadinos, que alienados por una  ciudad apabullante que les restringe y rechaza, comienzan a  despertar, a reaccionar contra pesadillas sociales como la de la  matanza de estudiantes en Tlatelolco 1968.

Con sus canciones, Rodrigo le pone voz, música y expresión a la  condición marginada y reprimida de una nueva generación que aún  está por definirse y manifestarse. Al hacerlo, da forma a una  temática que viene a comunicar las nociones comunes de la vida de  esa cohorte inconforme que busca no solamente desenvolver su  identidad, sino darle cauce a su causa.

Rodrigo González se desenvuelve movido por su propia necesidad a  través de una inspiración poética, pero nunca teórica. Tampoco se  afana en buscar una rima exacta y vacía. Saliendo de su caparazón  provinciano y mediante una metamorfosis sociocultural y citadina,  originada a partir de sus vivencias, se gesta en él una mezcla de  sentimiento de melancolía, de paradoja de sentirse solo en medio de  una ciudad ambigua y sobrepoblada, y del deseo de pelear contra la  automatización y la imposición de estereotipos. La vida en el Distrito Federal lo lleva a blandir su talento como protesta contra “la  máquina” que lo ha vuelto en “una sombra borrosa”.

Su monólogo se convierte así en dialogo, después en conversación, y  luego en mensaje popular. Sus canciones encienden naturalmente el  fuego latente de un conglomerado “insatisfecho” que busca  análogamente resolver cuestionamientos semejantes, paralelos a  los que, el ahora Rockdrigo, comienza a proponer respuestas que  resuenan con un tono familiar en los oídos de esa multitud que se  identifica con esa temática, porque deletrea para ellos su propia posición social. Sin proponérselo, Rockdrigo toca así fibras sensibles con sus canciones que irremediablemente se convierten en himnos y  lemas de batalla para una juventud en pie de lucha.

Rockdrigo ataca frontalmente el anonimato en la ciudad-monstruo dando rienda suelta a su inspiración, que fluye natural y genuina  porque él mismo experimenta la sensación de “hoja seca que vaga  en el viento”. Su letra y música convocan así, involuntaria pero  comprensiblemente, a miles de jóvenes que se reconocen a sí  mismos y se ven, como en un espejo, en las canciones de Rodrigo  González, quien los representa auténticamente y con quien  comparte la misma lucha para lograr un espacio contra las fuerzas  sociales de la ciudad que los discrimina y los excluye.

De esta manera, la vida en la “vieja ciudad de hierro” impresionó y determinó la carrera del tampiqueño, quien paulatinamente llegaría a  ser un certero exponente de la experiencia urbana en el Distrito Federal. Esto no deja de tener un sentido un tanto paradójico por tratarse de un joven provinciano que llegaría a ser reconocido como un genuino precursor del rock urbano.
La aparente paradoja que pudiera representar el  hecho de que un provinciano como Rodrigo González haya llegado a capturar la esencia de la experiencia urbana en el Distrito Federal a través de sus canciones, en realidad tiene mucho sentido y lógica.

Cuando Rodrigo emigra a la Ciudad de México en 1977 ya es un hombre de 27 años de edad. No experimenta la vida como hijo de provincianos nacido en el Distrito Federal, ni crece bajo las mismas circunstancias de millones de estos jóvenes que eventualmente llegan a ser atraídos por la letra y la música de sus canciones.

Aún así, Rodrigo sí experimenta el choque cultural que le plantea la ciudad de México, pero sus vivencias ocurren desde otra perspectiva.  Muchas de las letras de sus canciones constatan esas impresiones y vivencias acerca de la vida en la capital.

Como músico y compositor talentoso, y precisamente por ser provinciano él mismo, Rodrigo capta y expresa la experiencia defeña como un observador a quien le impresionan las características de la ciudad que son naturales y normales para quien nace, crece y está habituado a ella.

Teniendo en cuenta lo anterior, se deduce que la inspiración nata de Rodrigo González, su evidente cualidad de observador social, su habilidad de saberse entremezclar con la gente del pueblo, así como su análisis desde una perspectiva de provincia, lo ayudan a desarrollar su visión musical y después a llegar a ser un legítimo exponente del rock urbano en México.


 


 
Migración y marginación en el Distrito Federal

La migración de provincia hacia la Ciudad de México está estrechamente ligada a la vida cotidiana y a los problemas sociales de la misma. Los millones de migrantes de los estados de la república contribuyeron en mucho a la explosión demográfica que la Ciudad de México experimenta durante varias décadas.

El fenómeno demográfico de los migrantes que provienen de regiones empobrecidas de la provincia y directamente de áreas rurales al Distrito Federal, crea toda una problemática social que se fusiona con los problemas propios de la vida citadina.

La migración desenfrenada a la ciudad crea enormes cinturones de pobreza, da lugar a las llamadas “ciudades perdidas” (como el Campamento 2 de Octubre, al oriente de la ciudad), las cuales carecen de la más mínima planeación urbana para viviendas y de los servicios públicos más básicos. Esto da lugar al surgimiento constante de una sub-economía informal y ambulante, y produce un ambiente de contrastante desventaja para el provinciano, posicionándolo en una terrible disparidad económica y social.

A partir de este fenómeno demográfico y social, los individuos migrantes forman miles de familias, por lo general numerosas, las cuales se ven precisadas a vivir en áreas de marginación extrema en donde las precarias condiciones apenas les alcanzan para sobrevivir.

Miles de jóvenes con las aspiraciones naturales de su edad comienzan paulatinamente a despertar a esta problemática, a darse cuenta de su entorno, a percatarse de sus condiciones en comparación con otras prevalentes en la gran ciudad, y a experimentar factores sicológicos producto de las disparidades que los separan de las mejores oportunidades en términos de educación, empleo y movilidad social, entre otras.

A parte de los problemas característicos de la adolescencia y la juventud, estos jóvenes se ven forzados además a remar contra una corriente socioeconómica, a verse precisados a trabajar desde temprana edad, y a descuidar la escuela o a desertar definitivamente de ella. Asimismo, se enfrentan a las presiones que les impone una sociedad de consumo que crea expectaciones imposibles de lograr.

A su vez, estas circunstancias los llevan a ser objeto de estereotipos negativos y contraproducentes que terminan empeorándoles el paisaje social, a encasillarlos en funciones laborales desfavorables, y a ponerlos en un círculo vicioso que los atrapa, muchas veces para el resto de sus vidas, en callejones sin salida.

Imposibilitados de incorporarse a la corriente principal de la sociedad, estos jóvenes comienzan a expresarse a través de la rebeldía en contra de las estructuras sociales que en lugar de habilitarlos los restringen y los limitan. Al sentirse enajenada y excluida, esta juventud relegada y discriminada comienza a crear sus propios mecanismos de supervivencia, su propia expresión y dialecto, y a luchar por cualquier medio para demandar los derechos y privilegios de los que son privados por su condición marginada.

Las propuestas que estos jóvenes llevan a cabo para enfrentarse esa situación con regularidad los llevan a la violencia, al consumo de enervantes y a la delincuencia. Con el tiempo emergen de entre ellos mismos grupos comunes de lucha como las pandillas, y a crear subculturas que les permiten expresarse a través de su propia vestimenta, su propia música, y su propio lenguaje, entre otras expresiones que ellos mismos sustentan y propagan.


De esta manera, estos jóvenes inventan y descubren sus propias identidades, mismas que los habilitan dentro de su propio organigrama de lucha social a destacar y a abrirse paso en campos como las artes o algunas otras expresiones culturales.

En lugar de conformarse a querer encajar en moldes que les son ajenos, los jóvenes crean sus propios parámetros y afirman su condición de marginados como punto de orgullo e identidad. En vez de negar su condición, la afirman como ventaja para desarrollarse en una sociedad hostil y enajenante.

De esta manera se vengan de la sociedad que establece expectativas de triunfo solamente para quienes son guapos,  adinerados, poderosos, educados, reafirmando exactamente características opuestas.

Esta expresión crea un acueducto social de desahogo y afirma esa identidad construida que les lleva a encontrar valor en quienes son. En vez de aceptar el rechazo encuentran una respuesta y una salida a su propia problemática y a los obstáculos que les presenta la sociedad.

A mediados de los años 70s, muchos de esos jóvenes comienzan a descubrir y a escuchar en sus tocadiscos canciones como Abuso de autoridad, Nuestros impuestos están trabajando, y Perro negro y callejero, interpretadas por Alejandro Lora y su grupo Three Souls in my Mind (ahora conocido como

El Tri).

Fue a través de canciones como esas bajo el género del rock que los sentimientos reprimidos de los jóvenes comenzaron a tener una salida, a través de letras en las que se reconocían y con las que se identificaban, y a las que respondían y reaccionaban en contra del sistema y problemas como la desigualdad social.

Hacia finales de esa década y dentro de ese contexto, Rodrigo  González arribaría a la Ciudad de México, y dentro de algunos años vendría a desarrollar ese lenguaje musical que llegaría a dar una expresión original y única al rock urbano mexicano, y que serviría  como grito de batalla para miles de jóvenes y con el cual hoy todavía  se identifican.
Por Eduardo Barraza




Rodrigo Eduardo González Guzmán (n. Tampico, Tamaulipas; 25 de diciembre de 1950 - f. Ciudad de México; 19 de septiembre de 1985) fue un músico mexicano conocido con el sobrenombre de "Rockdrigo". Nació en el estado de Tamaulipas y radicó en la ciudad de México durante los últimos años de su vida. Junto con músicos como Jaime López y Rafael Catana, fue el principal promotor del Colectivo Rupestre, un núcleo de artistas importante para la historia del rock mexicano.
Rockdrigo es célebre por su canción Estación del Metro Balderas, que se hizo popular gracias a la versión de El Tri editada en el álbum El Tri...
simplemente. pocos meses antes de su muerte durante el terremoto del 19 de septiembre de 1985.

Presente en las almas de Apocalipsis Radial y la raza chida que te recuerda con afecto y admiración.


¡Descansa en paz hermano!





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