martes, 1 de noviembre de 2011

LAS PALABRAS JESÚS NAZARET





AL SER NACIDO DE NUEVO


No te asombres de que te diga que tienes que nacer de nuevo.

De cierto te digo, si no naces de nuevo, no podrás ver el reino de Dios. A menos que no hayas nacido de agua y del Espíritu Santo, no podrás entrar al reino de Dios.

Aquello que nace de la carne, carne es; y aquello que nace del Espíritu, espíritu es. El viento sopla donde quiera, y oímos el sonido que hace, pero nadie puede decir de dónde viene ni a donde irá. Así es para todos los que nacen del Espíritu.

Nadie cose un pedazo de tela nueva en un vestido viejo y podrido, porque el tejido nuevo tirará del vestido viejo y los romperá, y el desgarre se hará peor. Tampoco viertes vino nuevo en barriles viejos. Temerías que los barriles viejos se rompieran, el vino nuevo se derrama, y la inversión se perdiera. En vez, viertes el vino nuevo en barriles nuevos y así los dos se conservan.

¿Cómo es que con tanta educación todavía no saben estas verdades?

Si les he dicho estas cosas usando ejemplos terrenales, y ustedes no comprenden, ¿Cómo comprenderán si les hablo de cosas celestiales?

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él. Cualquiera que cree en Él no es condenado, pero cualquiera que no cree, ya ha sido condenado porque no ha creído en el nombre del único Hijo de Dios.

Yo soy la resurrección y la vida. Quienquiera que crea en mí, aunque muera en esta tierra, vivirá otra vez; ¡Le será dada vida eterna y no perecerá! Yo les he dicho muchas veces, si creen en mí, verán la gloria de Dios.

Mi misión es efectuar el propósito de Aquel que me envió, y completar su obra. Esta es la voluntad de Dios: que lleguen a creer verdaderamente en él, el Mesías, a quien Él ha enviado.

Un hombre tenía dos hijos. Un día el más joven dijo a su padre: “Padre, dame la parte de mi herencia.” Así pues, el padre le dio la parte que le correspondía.

No mucho después, el joven reunió sus posesiones, y viajó a un país lejano. Allí desperdició sus riquezas viviendo viciosamente.

Cuando hubo gastado hasta el último céntimo, hubo una escasez de alimentos en todo el país. Su situación se hacía cada día peor.

Finalmente encontró empleo, cuidar cerdos para un ciudadano de ese país. (Práctica que violaba su educación religiosa).

En su desesperación, se vio a punto de comer de las algarrobas con que él alimentaba a los cerdos, pero recobrando sus sentidos pensó: “¡Los sirvientes de mi padre tienen más que suficiente pan para comer, y hasta les sobra mucho; mientras que yo estoy a punto de comer el alimento de los cerdos para no perecer de hambre! Regresaré a mi padre, y le diré, ‘Padre, he pecado contra ti y contra el cielo. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo. Déjame ser, por lo menos, uno de tus empleados’.”

Con este plan en su mente, se levantó del polvo y emprendió el largo viaje hacia su padre.

Cuando estaba aún a gran distancia, su padre lo vio, y lleno de compasión por él, corrió y lo abrazó tiernamente.

El hijo comenzó: “Padre, he pecado contra el cielo y en tu presencia, y ya no soy merecedor de ser llamado tu hijo.”

Pero el padre dijo a sus siervos: “Traigan mi mejor vestido y vistan a mi hijo. Pongan mi anillo de autoridad en su mano, y mi mejor calzado en sus pies. Traigan del campo el becerro más gordo y mátenlo, y vamos a comer y hacer fiesta. Porque este, mi hijo, estaba muerto, y ahora está vivo otra vez; se había perdido, y ahora lo hemos encontrado.” Entonces comenzó una gran celebración.

Como a la misma hora su hermano mayor regresaba de trabajar en el campo, y mientras se acercaba a la casa oyó la música y las danzas. Llamó a uno de los criados, y le preguntó: “¿Qué significa esta celebración?”

El sirviente respondió: “tu hermano menor ha vuelto a casa, y tu padre ha matado al becerro más gordo, porqué él ha regresado bueno y sano.”

A esto, el hermano se enfureció mucho, y rehusó entrar al banquete; así es que, su padre salió y le rogó que entrara.

Pero él contestó: “Mira, todos estos años yo te he servido, sin romper jamás ni una de tus ordenes, sin embargo, tú nunca me has ofrecido fiestas para celebrar con mis amigos. Ahora, mi hermano vagabundo regresa, quien sin duda malgastó su herencia con prostitutas, y matas el mejor becerro para celebrar.”

El padre les dijo: “Hijo mío, tú siempre has estado conmigo, y sabes que todo lo que poseo es tuyo. Está muy bien que celebremos y demos gracias, pues tu hermano estaba muerto y vive otra vez; estaba perdido pero ahora lo hemos encontrado.”

Si no se convierten, y son como pequeñuelos, no encontrarán al reino del cielo. El hijo del hombre vino a salvar a los que están perdidos; porque no es la voluntad de su Padre que está en el cielo, que se pierda ni aun el menor de ustedes.

Pues Dios amó tanto al mundo, que Él dio a su único Hijo, para que todo aquel que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna. ¿Creen esto?


1996, R. L. Cantaleon


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